Cuando pensamos en el “desarrollo infantil”, tendemos a visualizar el crecimiento del niño… el crecimiento de su cuerpo, sano y fuerte. Pero la realidad es que implica mucho más. El desarrollo infantil hace referencia muy especialmente al crecimiento y maduración de una parte del cuerpo: el cerebro. Aquí es clave el rol del estimulador temprano.
Esta parte también crece físicamente. Esto podemos observarlo claramente durante los primeros años de vida, en los que el perímetro craneal del niño aumenta visiblemente desde el nacimiento hasta los seis años. A esta edad el cerebro del niño pesa ya el 90% del peso del cerebro adulto.
Es el desarrollo y crecimiento del cerebro el que determinará sus destrezas y habilidades y es el desarrollo al que debemos dedicarle nuestra atención una vez que el cuerpo está atendido.
Realmente requiere atención porque el desarrollo del cerebro no se produce por una orden dada por la naturaleza, no sucede porque esté programado para desarrollarse. El cerebro solamente crece y se fortalece si se utiliza, igual que ocurre con los músculos.
El cerebro del bebé nace con una cantidad inmensa de células cerebrales, las neuronas, esperando comunicarse entre sí y formar una intrincada red de conexiones entre unas y otras.
Conexiones neuronales en el nacimiento, a los 15 meses y a los 2 o 3 años de edad.
Las neuronas con las que nace un bebé, parecen pocas, pero son muchísimas, más de las que tendrá en toda su vida pues todos perdemos neuronas cada día que vivimos. Sin embargo, estas neuronas, por muchas que sean, no sirven de nada si no se conectan unas con otras formando circuitos (caminos) neuronales por los que viaje la información.
La gestación y los primeros años de vida suponen un momento excepcional en el cual se crean la mayoría de las redes nerviosas de las que dispondremos a lo largo de nuestra vida. Es por esto que debemos cuidar de que el niño reciba la mejor estimulación posible en esta temprana etapa.
Las neuronas solamente formarán circuitos y redes neuronales si son activadas. Y esto se logra con los estímulos que recibe el niño, con la actividad de su propio cuerpo y con todas las experiencias que viva.
Esto significa que no es suficiente con nacer con un cerebro “inteligente”, sino que se necesitan los estímulos que llegan del entorno para que esa inteligencia se manifieste. Esto es lo que desarrolla el rol del estimulador temprano.
El desarrollo no es un proceso que resulta del azar, tampoco depende totalmente de un programa biológico establecido. El desarrollo se produce gracias a la combinación de lo aportado por la genética, de la programación cerebral dada por la naturaleza y de la actuación del entorno en el que vive el niño.
La Estimulación Temprana tiene el objetivo de hacer a los padres más conscientes del entorno que están ofreciendo a su bebé y cómo enriquecerlo para que el desarrollo del pequeño sea lo más pleno posible. Este es el rol del estimulador temprano.
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